Apuntes de historia: Historia de Roma. Desde Italia al Mediterráneo (IV)

Roma no se convirtió en un imperio del Mediterráneo de la noche a la mañana. De hecho, el proceso por el cual una pequeña aldea del centro de Italia se llegó a convertir en una potencia que dominó territorios en tres continentes, fue un proceso largo y complejo, con avances y retrocesos, del que todavía hay cientos de interrogantes. Un primer paso fue la conquista de Italia.

Según la tradición, tras la instauración de la República (509 a.e.c.), el exiliado rey Tarquinio el Soberbio agitó a una serie de ciudades-Estado de la llamada Liga Latina para luchar en contra de Roma, que lejos de salir derrotada, venció a la coalición liderada por la ciudad de Túsculum en la batalla de Lago Regilo en el 496. Desde ese momento, la presión de los Volscos sobre la región latina hizo cambiar la política romana para con el resto de las ciudades latinas. Así, en el 493 se constituyó una nueva Liga Latina (foedus Cassianum), de la que Roma formó parte dejando una cierta libertad de decisión individual al resto de ciudades. Hasta el 338, año en que Roma decidió disolver la Liga, esta funcionó como una alianza dirigida a la defensa común frente a las amenazas externas. De este modo, una vez que solucionaba sus graves conflictos sociales entre patricios y plebeyos y al mismo tiempo se consolidaba como la principal ciudad del Lazio, Roma empezó a poner su mirada sobre el resto de la península Itálica.


El primer paso fue la guerra contra Veyes, ciudad etrusca que rivalizaba con Roma por el control de las comunicaciones en el centro de Italia. En distintos enfrentamientos -del 485 al 474, del 438 al 425 y del 406 al 396- Roma acentuó su hegemonía en la región y solo se vio frenada por la incursión de los Galos en el Lacio en el 390, que produjo numerosas pérdidas tanto humanas como económicas. Por consiguiente, no será hasta mediados del siglo IV cuando Roma esté preparada para consolidar su posición en el Lacio y se prepare para cruzar las fronteras históricas del Lacio. Una muestra de ello, es la disolución de la Liga Latina en el 338 que, como hemos comentado anteriormente, supuso la imposición romana sobre toda la región. De este modo, una vez sometidos latinos y volscos, era inminente el enfrentamiento con los samnitas por el control de la Italia central. En varias guerras -por la historiografía conocidas como las guerras samnitas-, casi siempre por el control de la región de Campania, Roma logró imponer definitivamente su dominio sobre los samnitas en el 290. El último escalón de la conquista de Italia fue la guerra de Tarento, que al mismo tiempo supuso el final de la influencia política de los griegos en el sur de la península Itálica. Ya impuesto su dominio sobre Italia, la Roma republicana empezó a mirar más allá de las costas que bañan sus posesiones. Esta nueva fase de expansión, nos va a llevar a uno de los puntos más importantes de la historia de Roma, las guerras púnicas contra Cartago. 


Pero antes de adentrarnos en el conflicto, conozcamos un poco más sobre los orígenes de Cartago y el proceso que le llevó a convertirse en una verdadera potencia del Mediterráneo. Como colonia, Cartago no fue sino uno de otros tantos puestos comerciales que establecieron los fenicios a lo largo del Mediterraneo Occidental desde finales del II milenio como Útica, Hippo Regius, Tapso, Lixus, Caralis o Gadir. Pero, la dominación de Tiro por parte de Babilonia en el siglo VI, supuso la independencia práctica de Cartago y su ascenso en la lucha por el dominio del Mediterráneo occidental. De hecho, en torno al siglo III antes de la era común, Cartago era una gran potencia hegemónica con dominios territoriales en el norte de África, el sur de la península Ibérica, las islas Baleares, Córcega, Cerdeña, así como parte de la costa occidental de Sicilia. La principal actividad económica de Cartago era el comercio y su papel de intermediario comercial entre el Mediterráneo Occidental y Oriental, le trajo grandes beneficios que le ayudaron a mantener su potente flota comercial y de guerra. 

Según la tradición, los contactos entre Roma y Cartago se produjeron desde la propia instauración de la república romana en el 509 y, desde ese momento, en sucesivos tratados siempre se mantuvieron distantes a la hora de marcar las áreas de influencia que no podían sobrepasar, como si ambas ciudades estuvieran destinadas al enfrentamiento. Y, de hecho, así fue. En pleno proceso de expansión de Roma, la ciudad de Mesina (Sicilia) solicitó apoyo a Roma para hacer frente al acoso de Cartago. El Senado romano aceptó dicha propuesta y por consiguiente asumió también el incumplimiento del último tratado entre Cartago y Roma (278). 


Esta intervención supuso el inicio de la denominada Primera Guerra Púnica (264-241) que si bien hasta el 250 y gracias a la superioridad naval cartaginesa se decantaba por el lado de Cartago, las conquistas en Sicilia por parte de Roma hicieron que los cartagineses tuvieran que afrontar una paz con muy duras condiciones. De este modo, la derrota fue un gran revés no solo para Amílcar Barca, mando superior de la marina cartaginesa y padre de Aníbal, sino para toda Cartago que se vio obligada a abandonar sus bases de Sicilia y, al mismo tiempo, pagar una importante indemnización de guerra. En cambio, para Roma, la victoria supuso la primera conquista territorial fuera de las fronteras de la península Itálica. 

Este duro revés a la política de Cartago en Sicilia, se tradujo en el inicio de un proyecto de conquista de la península Ibérica que pudiera compensar las pérdidas. En el 237, el propio Amílcar encabezó el desembarco en Gadir, desde donde ascendieron por el valle del Guadalquivir hasta las zonas mineras de Sierra Morena. En el 228, en su avance por la costa de Levante muere y su sustituto como comandante de los cartagineses en Iberia fue Asdrúbal, su yerno. Su nombramiento supuso un importante giro a la política cartaginesa en la península Ibérica, con mayores dosis diplomáticas que militares, ya que incluso se recibió a una embajada romana para firmar el Tratado del Ebro, con dicho río como límite de las áreas de influencia. Del mismo modo, dentro de una nueva organización administrativa del territorio, se fundó en el 227 la ciudad de Cartago Nova, como centro político, económico y estratégico de los cartagineses en Iberia. Pero, en el 221 Asdrúbal muere asesinado y su sustituto, Ánibal, impulsará una nueva etapa de afianzamiento del territorio mediante las conquistas militares. Una de esas conquistas será Sagunto, que aunque se situaba al sur del río Ebro, había sido incluida en el tratado en su calidad de aliada de Roma. Cuando en el 219 Ánibal ocupó la ciudad, Roma declaró de nuevo la guerra a Cartago.


La Segunda Guerra Púnica comenzó con uno de los movimientos de tropas más sorprendentes del mundo antiguo, cuando Ánibal, intentando sorprender a Roma, atravesó con un ejército de más de 50 mil hombres y unos 40 elefantes de guerra la cordillera de los Pirineos y los Alpes hasta llegar a Italia. Probablemente, el error por parte de Ánibal fue que teniendo la ciudad de Roma libre para el asedio, prefirió combatir a lo largo de la península perdiendo poco a poco sus fuerzas. De hecho, al mismo tiempo que Ánibal dominaba el terreno en Italia, salvo Roma, los romanos asestaban duros golpes a Cartago en la península Ibérica con la conquista por parte de Publio Cornelio Escipión de Cartago Nova en el 209 y Gades en el 206. Este giro de los acontecimientos obligó a Ánibal a regresar a Cartago, pues un ejército romano al mando de Publio Cornelio Escipión se dirigía hacia allí. El enfrentamiento tuvo lugar en Zama, cerca de Cartago, y supuso la derrota definitiva de las tropas de Ánibal. En este sentido, la Batalla de Zama (202) significó el final de Cartago como potencia militar y el inicio de la hegemonía romana en el Mediterráneo.

Tras la victoria, Roma entró en una nueva fase en su política que estará caracterizada por el uso de la fuerza militar como principal recurso, pese a que como hemos visto, y según la tradición, hasta entonces casi siempre había intervenido en los conflictos exteriores a petición de terceros. En este caso, la conquista de Grecia no será muy diferente. De hecho, a principios del siglo II antes de la era común, Filipo V de Macedonia y Antíoco III de Siria firmaron un pacto por el que ambos Estados se repartirían los territorios de Egipto en la región sirio-palestina. Ante tal amenaza, el faraón Ptolomeo V solicitó el apoyo de Roma, que vio en esta una nueva oportunidad de ampliar su poder en el Mediterráneo Oriental. Así, en la Batalla de Cinoscéfalos (196) las tropas romanas derrotaron a los macedonios, obligando a Filipo V a renunciar a sus pretensiones en Oriente y, además, acabar con su dominio sobre el resto de ciudades griegas. Macedonia nunca se recuperaría de este duro golpe y tras la muerte de Filipo, volvieron las hostilidades con Roma, esta vez con su sucesor Perseo, el último rey de Macedonia. De este modo, tras la victoria de Roma en la Batalla de Pidna (168), el mundo griego entró a formar parte de los territorios dependientes de los romanos, primero como Estados independientes, luego, desde el 148 como parte de la recién creada provincia romana de Macedonia.


Pero la mirada de Roma no solo se extendía por el Mediterráneo oriental, también la parte más occidental, la península Ibérica, era objeto de interés por parte de los romanos. Así, desde su intervención en Iberia a propósito de la guerra con Cartago, la presencia de los romanos fue cada vez más intensa hasta convertirse en una verdadera ocupación y colonización del territorio. Como ya hemos visto, el primer paso se dio en el 218 a.e.c. con el desembarco de Cneo Escipión en Emporion con el objetivo de retomar la frontera del Ebro. En el 211 llegó a la península Publio Cornelio Escipión para liderar la conquista de Cartago Nova (209) y Gades (206) que supuso el final de la experiencia de los cartagineses en Iberia y, además, un cambio en la política romana en la península. El objetivo de los romanos a partir de ese momento ya no será expulsar a los cartagineses sino asentarse en el territorio. De este modo, en el 197 se crean dos provincias en el territorio peninsular; la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, que serán gobernadas, cada una, por un pretor con el cargo durante un año. La romanización de la península Ibérica no fue, evidentemente, un proceso pacífico. De hecho, desde la llegada de Publio Cornelio Escipión hasta el sometimiento de cántabros y astures por parte de Augusto (29-19 a.e.c.) fueron prácticamente dos siglos de luchas fronterizas con los pueblos prerrománicos. Y si bien la conquista romana de Hispania es un proceso muy complejo, podríamos señalar dos momentos importantes que marcaron el destino de los pueblos ibéricos y celtibéricos. 


Un primer momento tuvo lugar cuando los turdetanos, cansados de la presencia romana en su territorio, se levantaron en armas en el 195. La rebelión poco a poco se fue extendiendo por gran parte de la península y, tal fue la gravedad de la situación que el propio cónsul Marco Porcio Catón fue enviado para reforzar las tropas presentes en Hispania. En un primer contacto con la región de la celtiberia, el ejército romano sale derrotado en un intento de conquistar Numancia. Este fracaso obligó a los romanos a utilizar métodos más diplomáticos y, en el 180, el pretor Tiberio Sempronio Graco (luego cónsul y padre de Tiberio Sempronio Graco y Cayo Graco) logró pacificar Hispania con una serie de acuerdos con los pueblos indígenas por los cuales los romanos se comprometían a ceder parcelas cultivables a cambio de una serie de tributos anuales y el envío de tropas auxiliares al ejército romano. Si bien los acuerdos fueron un éxito, la calma duró unos 25 años hasta que en el 154, desde el interior de la península, los lusitanos penetran en territorio romano hasta alcanzar el Mediterráneo. Con mucha dificultad los romanos consiguieron repeler la invasión, pero a la altura del 147, los lusitanos esta vez bajo el mando de Viriato, volvieron a reorganizarse. En una especie de guerra de guerrillas, los lusitanos lograron crear un estado de caos en la Hispania Ulterior con numerosas perdidas para las legiones romanas. Finalmente, Viriato murió asesinado y en el 139 los romanos obtuvieron una paz con los lusitanos, pese a que estos no serían totalmente pacificados hasta los tiempos de César Augusto. 


Un segundo momento clave fue la rebelión celtíbera en torno a la ciudad de Numancia en el 143. Con una primera fase moderada, un joven Tiberio Sempronio Graco (hijo) logró un acuerdo de paz para evitar un enfrentamiento directo. Pero, cuando en el 134 es elegido cónsul Escipión Emiliano, la política romana cambia y se reemprendieron las acciones bélicas contra los celtíberos. Así, tras meses de asedio, la ciudad de Numancia cayó en manos de los romanos en el 133 y, con ello, el establecimiento de una frontera romana estable en torno al río Duero. De este modo, la península Ibérica entró a formar parte del ámbito romano y, a pesar de que su completa pacificación no se producirá hasta el mandato de César Augusto, su territorio será un importante escenario para las luchas civiles derivadas de la crisis de la República.

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