Salvador Dalí, Cristo de San Juan de la Cruz, 1951


Si bien Salvador Dalí fue conocido por ser uno de los más famosos pintores surrealistas del siglo XX, también lo fue por haber sido un personaje extravagante y extraño. Pinturas de carácter onírico recorren su obra, con la problemática de nunca llegar a entender muy bien que significan sus cuadros o qué mensaje encierran los mismos. Pero en este caso, entender su Jesucristo crucificado es mucho más esclarecedor que muchas del resto de sus obras. 

Para empezar nos puede llamar la atención la perspectiva desde la que el pintor quiso representar a Jesús, crucificado desde una perspectiva aérea. Un Jesucristo sin rostro y además, con el pelo corto. De hecho, no pocas críticas le llegaron desde los sectores más católicos, pero el propio Dalí justificaba esta forma de representación como una inspiración en una de las miniaturas que había pintado el propio San Juan de la Cruz. Un sueño hizo que además esta inspiración le hiciera representar a Jesucristo crucificado sobre un escenario idílico similar a Port Lligat.

El cuadro es todo un catálogo de simbología. Un Cristo que destaca gracias a ese contraste entre la potente luz que lo ilumina y el fondo oscuro sobre el que se representa la cruz. Debajo, un escenario costero con un pequeño puerto donde varios pescadores trabajan sin reparar en lo que tienen encima de sus cabezas y, sobre todo, un Cristo sin sangre, un Cristo sin clavos, un Cristo divino que parece estar flotando sobre la cruz. 

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