Apuntes de historia: Los Trastámara en la península Ibérica (siglos XIV-XV)

En la Corona de Castilla, durante los reinados de Juan I (1379-1390), hijo de Enrique II de Trastámara, del nieto, Enrique III (1390-1406) y, de su bisnieto, Juan II (1406-1454), se siguió buscando el establecimiento de una autoridad monárquica fuerte con la ayuda de las ciudades que pudiera compensar el gran poder que tenía la nobleza castellana. De hecho, hasta mediados del siglo XV este juego de poderes se mantuvo sin prácticamente cambios. Sin embargo, el fortalecimiento imparable de unos pocos linajes nobiliarios rompió finalmente el equilibrio. El reinado de Enrique IV (1454-1474) constituyó el punto de máximo desprestigio del poder real en Castilla. En este sentido, puede ser una buena muestra de ello la ceremonia de su destronamiento, la llamada farsa de Ávila, y la proclamación de su hermano menor, el príncipe Alfonso, como rey. Esta penosa situación se vio más agravada si cabe por la temprana muerte del príncipe y no mucho después por la del rey, dando paso a la guerra de sucesión ferozmente reñida entre los partidarios de Isabel, hermana de ambos y esposa de Fernando de Aragón, y los partidarios de Juana, apodada como «la Beltraneja», siendo la única hija y discutida del rey Enrique y que fue apoyada por Alfonso V de Portugal. 

Retrato de Enrique IV de Castilla en un manuscrito, Jörg von Ehingen (c. 1455).

La participación de Portugal en el conflicto no fue desinteresada. Desde la muerte de Juan I de Avís (1383-1433) y durante los reinados de Duarte (1433-1438), Alfonso V el Africano (1438-1481), Juan II (1481-1495) y Manuel I (1495-1521), el reino de Portugal va a experimentar una gran expansión comercial gracias a los importantes descubrimientos geográficos a lo largo del Atlántico, por lo que tener al reino de Castilla controlado podía ser muy interesante para su proyección en la península. Paralelamente a esto, desde finales del siglo XIII los sultanes nazaríes intetaron mantener un dificil equilibrio entre la potencia aplastante de los señores castellanos y la injerencia de sus aliados en el norte de África, los sultanes de Fez, en los asuntos granadinos. En los últimos años del siglo XIV comenzaron una serie de operaciones militares a pequeña escala, tanto del lado castellano como del granadino, para obtener botines de guerra tales como cosechas y rebaños, aunque las relaciones comerciales siguieron siendo excelentes. Los años del siglo XV estarán marcados en Granada por las guerras civiles y las luchas entre distintos pretendientes que acabarán por debilitar seriamente las fuerzas militares del reino y que facilitaron la conquista final del reino en época de los Reyes Católicos en 1492. 

En la Corona de Aragón, el largo reinado de Pedro IV (1336-1387) marcó un antes y un después en el poder monárquico, con el inicio de una decadencia que se agravó por la incidencia de la peste negra y la guerra con Castilla iniciada en 1356 -la guerra de los Dos Pedros-. Además, a todo ello hubo que añadirle una grave crisis en la situación financiera de la corona, cada vez más endeudada y con parte de su propio patrimonio enajenado. Los últimos años del reinado del «Ceremonioso» y de sus hijos Juan I (1387-1395) y Martín I (1395-1410) se vieron nuevamente sacudidos por las reivindicaciones de la nobleza por intervenir cada vez mas en los diversos estados feudales que componían la corona aragonesa. La situación se complico todavía más a la muerte sin descendencia de Martín I. Se abrió un periodo de interregno (1410-1412) en el que, pese a los enfrentamientos entre partidarios de uno u otro candidato al trono, las instituciones de cada reino dieron muestras de querer continuar con una monarquía como eje vertebrador de esa comunidad de estados. Tras 275 años de coexistencia y compenetración institucional, político y social, la figura del rey se consideraba menos importante que la persistencia en la unidad de la Corona. De este modo, los representantes políticos que se reunieron en el Compromiso de Caspe en 1412 eligieron a Fernando de Trastámara, en esos momentos regente de Castilla, y que sin duda era el más poderoso de todos los candidatos. 

Acta original del Compromiso de Caspe (1412).

Los hijos del nuevo Fernando I de Aragón (1412-1416), interfirieron constantemente en la política interna de Castilla por los intereses señoriales y patrimoniales que mantuvieron allí. El principal cambio que llegó de la mano de los Trastámara fue la intervención en la política fiscal mediante el nombramiento de Francés Ferriol como tesorero y principal responsable de la hacienda real. Con este nombramiento y con toda una serie de notarios y administradores locales, Fernando buscaba una rigurosa gestión centralizada para evitar la dispersión de las etapas anteriores. De este modo, la nueva casa de Trastámara buscaba un fortalecimiento del poder de la monarquía en el interior, y además, en el exterior, un nuevo impulso de expansión sobre el Mediterráneo. Alfonso V (1416-1458), hijo de Fernando, conquistó el reino de Nápoles y, de hecho, instaló allí su corte, dejando a su hermano Juan o a su esposa María de Castilla la lugartenencia y la representación en los estados peninsulares. Esta situación acabó derivando en una cierta libertad de acción de nobles y burgueses ante un rey siempre ausente. Tras su muerte, su hermano Juan II (1458-1479) intentó llevar más lejos el ejercicio de la autoridad real provocando una reacción en algunos territorios como en Cataluña (1462-1472), donde las autoridades de Barcelona intentaron forzar la separación de los condados de la Corona de Aragón. Con la ayuda de las tropas de Aragón y de Valencia, el rey logró pacificar la situación aunque no resolvió el problema, y su hijo Fermando II de Aragón además de heredar el reino también heredó ese delicado asunto.

En cuanto a Navarra, los sucesores de Carlos II (1349-1387) fueron su hijo Carlos III (1387-1425) y su nieta Blanca I. Desarrollaron un régimen político pactista, que como en otras coronas peninsulares, acabó por generar un crecimiento desmesurado de las concesiones a la nobleza y a los representantes de las ciudades. Blanca I (1425-1441) casada en primeras nupcias con Martín el Joven de Sicilia y en segundas con Juan II de Aragón, vio recrudecer los enfrentamientos entre los dos grandes bandos nobiliarios, cuando desde 1431 comenzó la pugna sucesoria entre su marido, con el respaldo de los agramonteses, y su hijo Carlos, apoyado por los beamonteses. El testamento de la reina dejó el trono a su hijo, pero rogándole que nunca tomara el título sin el consentimiento de su padre. Juan, que siempre había ejercido como rey consorte, pasó a asumir el trono como Juan II de Navarra (1441-1479) hasta su muerte, además de ser rey de Aragón desde 1458. Paralelamente, su hijo fue proclamado como Carlos IV (1441-1461), creando una situación de gran inestabilidad, más aun porque murió sin descendencia. De este modo, le sucedieron en el trono sus hermanas Blanca II (1461-1464) y Leonor (1479). La guerra civil navarra se prolongó durante bastantes años hasta que Fernando el Católico, tras varias intentonas de controlar el reino por medios políticos, interviene militarmente en 1512, incorporando Navarra a la Corona de Castilla.

Retrato idealizado de Juan II de Aragón, por Manuel Aguirre y Monsalbe (c. 1851-1854)

Para Miguel Ángel Ladero, el reinado de los Reyes Católicos va a suponer el surgimiento de una nueva época. Y si bien eso es cierto, no se puede tampoco olvidar el enraizamiento que todavía tenían las distintas realidades medievales. Isabel y Fermando fueron, seguramente, más conservadores que renovadores, con más miradas al mundo medieval que a la modernidad. Lo curioso es que ni Isabel ni Fernando, ambos hijos de sugundas nupcias, parecían destinados a reinar. En Castilla el heredero del trono era el príncipe Enrique, cuando Isabel nació del matrimonio entre Juan II e Isabel de Portugal. Del mismo modo, Fernando vino al mundo cuando Aragón ya tenía un heredero, Carlos, también sucesor del reino navarro, aunque con la muerte de este, la herencia del trono para Fernando se afirmó sin mucha dificultad. Mientras tanto, el camino de Isabel se presentaba mucho más complejo. Sobre todo, a partir de 1465, cuando sigue a su otro hermano Alfonso en una revuelta con Enrique que acaba con la proclamación del segundo como rey por parte de algunos nobles sublevados. En 1468, con la muerte de Alfonso, los nobles intentan conseguir los mismo con Isabel, pero esta reivindica solo su papel momentáneo de princesa, al menos hasta que Enrique IV viva. En Guisando (1468), Enrique IV e Isabel llegan a un acuerdo por la sucesión del trono en esta ultima, quedando fuera la hija de Enrique, Juana. Pero la cuestión no quedó zanjada, pues los distintos bandos nobiliarios todavía se mantienen en lucha, por un lado la facción liderada por Juan Pacheco, primer marqués de Villena, con el apoyo de Alfonso Carrillo, arzobispo de Toledo, los condes de Alba y Plasencia, y también el importante linaje de los Mendoza. Así mismo, en 1469, Isabel, sin consentimiento ni permiso de Enrique IV, contrajo matrimonio con el heredero de la Corona de Aragón, Fernando, garantizándose el ejercicio de su poder y a la vez asegurando un gran apoyo para su acceso final al trono. De este modo, estalla así una lucha entre los entonces príncipes y Enrique IV, que en 1470, con el apoyo del marqués de Villena, volvía a reconocer a su hija como heredera al trono de Castilla. 

El héroe Duarte de Almeida sostiene la bandera real portuguesa en la Batalla de Toro, litografía portuguesa del siglo XIX.

La muerte del primer marqués de Villena pareció tranquilizar las cosas y esto hizo que a la muerte de Enrique IV en 1474, Isabel fuera proclamada como reina en Segovia. Diego Lopez Pacheco, que custodiaba a Juana, tardó en reaccionar, y no sería hasta un año más tarde cuando los detractores de Isabel se unieran junto con el rey de Portugal, Alfonso V, en favor de Juana. Como miembro de su familia, era su sobrina, Alfonso V se proclamó como rey de Castilla y prometió defender los derechos dinásticos como su esposo. Era pues una alternativa a la política internacional, una hipotética unión entre Castilla y Portugal en lugar de con Aragón. A pesar del apoyo francés, las victorias de Fernando de Aragón en Toro y Fuenterrabía entre marzo y junio de 1476, sumado a una intensa actividad política y de negociación por parte de Isabel, acabaron por decantar el conflicto a su favor. La muerte de Juan II de Aragón en 1479 permitió la unión de ambos reinos y se consumó finalmente con la firma de los Tratados de Alcaçovas entre Portugal y Castilla. Por los cuales, Alfonso V y Juana renunciaban a sus pretensiones al trono castellano.

Con una relativa estabilidad política interior, los llamados «Reyes Católicos» tendrán entre sus principales empresas la toma del reino musulmán de Granada (1481-1492), cuya ejecución supondrá el fin del viejo tópico de la «Reconquista» y una dosis de prestigio internacional para las figuras de Isabel y Fernando. Además, en 1492 también se decretaba la expulsión de los judíos y, del mismo modo, entre 1500-1502 se acaba con algunas revueltas mudéjares conminándolos a su bautismo forzoso, siendo ahora denominados como «moriscos». En el año 1504 la reina Isabel muere y las cortes de Toledo reconocieron como herederos del trono de Castilla a la infanta Juana, apodada «la Loca», y a su esposo el archiduque Felipe de Habsburgo, duque de Borgoña e hijo de Maximiliano I, emperador del Sacro Imperio. Por medio de la concordia de Salamanca de 1505, la regencia fue compartida por Fernando el Católico y Felipe el Hermoso, pese a que paralelamente, Fernando contraía matrimonio con Germana de Foix, sobrina de Luis XII de Francia, y con la cual tuvo un hijo que de haber sobrevivido, ya que murió a las pocas horas de nacer, habría podido poner en peligro la unión de los reinos peninsulares. En 1506, Fernando renunciaba a la gobernación de Castilla y se retiró a sus territorios patrimoniales, mientras que Felipe de Habsburgo fallecía pocos meses después de ser proclamado rey. Tras ello, se impone la regencia del cardenal Jimenez de Cisneros y de nuevo, una regencia vitalicia para Fernando ante la incapacidad de su hija Juana para gobernar. A la muerte de Fernando el Católico en 1516, continuará el cardenal Cisneros como regente de Castilla, mientras que como lugarteniente en Aragón se perfilará la figura de Alonso de Aragón, hijo del propio Fernando y arzobispo de Zaragoza. La situación se mantuvo así hasta 1517 cuando llegó a la península para hacerse cargo de sus dominios Carlos I, nieto de los Reyes Católicos e hijo de Juana y Felipe de Habsburgo, quién además sería consagrado como emperador del Sacro Imperio en 1519 tras la muerte de su abuelo.

La toma de Granada (1492), por Francisco Pradilla (segunda mitad s.XIX).

Unos años, los que van entre el inicio de los reinados de los Reyes Católicos hasta la llegada de su nieto Carlos, que estuvieron marcados por una intensa política exterior. En primer lugar, podemos destacar la financiación del viaje de exploración de Cristobal Colón sobre el Atlántico y por el cual se descubre el Nuevo Mundo. En segundo lugar, en el año 1495 se formaba la llamada Liga Santa contra los turcos, compuesta por Maximiliano I, la Santa Sede, la república de Venecia y los Reyes Católicos, al mismo tiempo que Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como «el Gran Capitán», se impuso sobre las tropas de Carlos VIII de Francia en Nápoles. Paralelamente, se hacía efectivo el dominio del litoral norteafricano del Mediterráneo Occidental que se inicia con la toma de Melilla en 1497 y continuó con las conquistas de Orán (1509), Bugía (1510) y Trípoli (1511). Para concluir, queda por comentar la implantación del tribunal de la Inquisición en 1478 tras la bula creada por Sixto IV, cuya figura a destacar será su primer inquisidor general, el despiadado y cruel Tomás de Torquemada. 

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