Apuntes de historia: El independentismo padano

Inauguro esta nueva sección denominada Apuntes de historia para razonar desde una perspectiva histórica algunos de los aspectos más interesantes de la vida social y política de nuestro presente. Con ello pretendo evitar la simplificación de las cuestiones problemáticas y, además, intentar mantener una postura analítica y crítica.

Así, en las últimas semanas -coincidiendo con el inicio de la nueva temporada televisiva-, los medios de comunicación se hacen eco del recrudecimiento de la cuestión del nacionalismo catalán con motivo de los últimos movimientos políticos de Artur Mas, el descrédito político de Jordi Puyol o el desarrollo de la Diada el pasado once de septiembre. Además, estos mismos días, Escocia ha decidido su futuro en cuanto a su relación con el Reino Unido. No queremos por lo tanto, entrar en las razones sociales o históricas que puedan respaldar la cuestión del nacionalismo catalán, ni de ningún nacionalismo, más allá de las opiniones personales que cada uno pueda tener. Lo que busco aquí, es sumar un caso más dentro de un pequeño ejercicio de historia comparada que tanto me gusta. Hablo del nacionalismo padano. 


Para ello, tenemos que viajar al pasado, y en concreto al olvidado siglo XIX, momento de auge de los nacionalismos en Europa y momento donde se unificaron los distintos territorios de la península itálica en un reino independiente, lo que en la historiografía italiana se conoce como Risorgimento. En este sentido, a pesar de la fuerza social y cultural que había movido la unificación, una de las primeras consecuencias que ha evidenciado la historiografía han sido las notables diferencias que existían entre el norte y el sur en la Italia de aquellos momentos. El norte, una tierra próspera, vinculada a la revolución industrial y conectada con la «Europa civilizada». El sur, en cambio, era para muchos septentrionales, un territorio de campesinos bárbaros e incultos. Una imagen, que más allá de la realidad socio-económica de cada lugar, se basaba en una cultura racista, también compartida por las élites del norte y centro de Europea en dicho momento. 


Con la entrada en el siglo XX, este discurso pareció sucumbir con el auge del nacionalismo italiano durante la Primera Guerra Mundial, las cuestiones del irredentismo y el repunte con la llegada del fascismo, en cuya piedra angular de su narración propagandística se encontraba el nacionalismo. Eran los momentos de una Italia unida. Pero en Italia, como en España, como en otros países, el discurso nacional no es estable, cambia, varía con el paso del tiempo y la interpretación del pasado se ve sometida a numerosas revisiones y a veces a revisionismos, en la definición más negativa del término. La primera crisis a la que se enfrentó fue durante la Segunda Guerra Mundial, la paradigmática posición que ocupó Italia en el conflicto, le llevó nada más y nada menos que a la explosión de un enfrentamiento civil. El final de la Alemania nazi y la victoria de los Aliados, enseñaron al mundo los niveles más altos de barbarie. En esos momentos Italia decidió su futuro. El final de la monarquía y el establecimiento de una república bajo el manto del discurso antifascista.

En otros momentos podemos hablar del antifascismo en Italia y de la profundidad de este tema. Pero aquí lo que nos interesa es que esta asociación, nacida con la república entre el antifascismo y la nación, se rompió con la llegada de los años noventa. Una ruptura provocada sobre todo por tres aspectos: en primer lugar por la crisis institucional y política tras el estallido del escándalo de Mani Pulite, la caída del muro de Berlín junto con el final de la Unión Soviética y la decadencia de los partidos republicanos tradicionales. En este contexto, además del «fenómeno Berlusconi» y apareció el fenómeno de las Ligas. Entre ellas la mas importante la Lega Nord


En resumen, el espacio político que proporcionó la crisis de los partidos tradicionales, en el norte de Italia dio margen a la recuperación del discurso de «Roma ladrona» por parte de Umberto Bossi, un cantante venido a menos que revitalizaba ese vieja interpretación racista del Risorgimento. En sus inicios, por lo tanto, la Lega Nord se configuró como un partido nacionalista, con base en la Padania, un país inventado a través de un neologismo que modernizaba esas diferencias socio-económicas entre el norte y sur. Un discurso radical, racista y euroescéptico. En los años noventa y principios del nuevo milenio, su participación en los gobiernos de Silvio Berlusconi fueron clave para mantener el poder de éste y de algún modo, entrar en las redes clientelares de la política italiana moderando en cierta medida su discurso que ha  pasado a ser de corte federalista, aunque con sus aspiraciones ideales intactas. En este sentido, en un plano comparativo podemos constatar, al igual que otros independentismos, hay una clara razón económica. La potente e industrial Padania frente a los indices de paro en el sur de Italia. Por otro lado, a diferencia de otros nacionalismos, el territorio carece de lengua, cultura e identidad política propia, lo que ha hecho que en los últimos años haya perdido algo de fuerza. 


A pesar de ello, su importancia histórica es innegable. Como aseguraba Pier Paolo Poggio, la Lega Nord fue el principal demoledor del viejo ordenamiento político, la canalización de los impulsos sociales contra la política tradicional. Una política tradicional vinculada a la Democrazia Cristiana y que a pesar de su «desuso» seguía vinculada al paradigma antifascista como origen de la República. Un aspecto totalmente contrario a la cultura del liguismo caracterizada por una importante impronta territorial, un fuerte componente étnico y el olvido de la lucha de clases por el conflicto con el exterior, ya fuera contra el sur, contra Roma, o contra los extracomunitarios. De este modo, la Lega se presentó como un modelo de cultura política-étnica, no muy común en Italia, bajo un curioso discurso lleno de manipulaciones históricas como denuncia Stefano Pivato: «A differenza delle nuove forze politiche che si sono affermate negli anni Novanta, la Lega non cerca però solo nella storia contemporanea i suoi antecedenti. I padani infatti sarebbero discendenti dei celti, fiero e belicoso popolo del Nord Europa e, sopratutto, acerrimo nemico dei romani. Come dire insomma che il mito di “Roma ladrona” non nasce sulle ceneri di Tangentopoli ma affonda le sue origini nei tentative di sottomissione e nelle “ruberie” che l'esercito di Giulio Cesare effetuò, secoli fa, nei confronti del popolo celtico.»

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Pier Paolo Poggio, «Liguismo y postliguismo», en Ayer. Revista de Historia Contemporánea, n. 16, 1994, pp. 121-142.
Stefano Pivato, Vuoti di memoria. Usi e abusi della storia nella vita pubblica italiana, Roma-Bari, Laterza, 2007, pp. 111-112.

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